Cuento Navideño
La historia de un hombre egoísta y huraño que cambia su forma de ser durante unas durísimas y frías navidades debido a la visita de tres fantasmas. Es un cuento navideño perfecto para educar a los niños inculcándoles valores como la amabilidad y la generosidad.
Había una vez un hombre llamado Ebenezer Scrooge, el cual era inmensamente rico. Tiempo atrás había montado una exitosa compañía con su único socio, Marley, el cual ya llevaba años muerto.
A pesar de poseer tantos bienes, Scrooge no era feliz. No tenía ningún amigo, siempre estaba de mal humor y no había nada ni nadie que le agradara. Todos los días repetía la misma rutina: caminar solo por el mismo rumbo, sin que ninguna persona le diera los buenos días.
Lo que más detestaba Scrooge era la Navidad; cada que las fiestas decembrinas llegaban, él se enfurruñaba y se ponía a protestar.
—¡Paparruchas! ¡Las navidades no son más que paparruchas!
Había llegado la víspera navideña, toda la gente estaba comprando obsequios y preparando la cena de Nochebuena. Pero Scrooge se había quedado en su oficina, mirando a través de la puerta abierta como su escribiente se ocupaba de transcribir un montón de cartas. En ese momento alguien entró: era su sobrino, que había ido a desearle feliz Navidad y quería invitarlo a cenar con su familia.
—¡Paparruchas! —exclamó Scrooge, enojado— ¡No pienso desperdiciar mi tiempo con esas tonterías! Ya puedes irte por donde has venido.
Un rato después, Bon Cratchit, su escribiente, se acercó a su escritorio con timidez. A pesar de que era Nochebuena y nadie más estaba trabajando, Bob se había quedado sin protestar. Pero quería pasar el día completo de Navidad con su familia, como era costumbre en toda la ciudad.
A Scrooge no le gustó nada escuchar esto.
—Si faltas mañana, tendrás que venir más temprano el día siguiente y marcharte más tarde para recuperar el tiempo perdido —espetó.
Y a pesar de lo injusto del trato, Cratchit sonrió agradecido.
—Así será señor Scrooge, le prometo que no faltaré. ¡Feliz Navidad!
—¡Paparruchas!
Scrooge vivía en una casa grande y elegante, pero muy lúgubre y solitaria, justo como lo era él. Se metió a la cama y justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, algo rarísimo pasó: un fantasma apareció en su cuarto.
El hombre se puso pálido a reconocer a su antiguo socio Jacobo Marley, no cabía duda de que era él. Cuando la aparición comenzó a hablarle, creyó que estaba viviendo una pesadilla. Tenía una voz cavernosa y espectral, que le helaba la sangre.
—¿Qué quieres de mí? ¿Acaso has venido a atormentarme en sueños? ¡Tú estás muerto! ¡Muerto!
—No he venido para atormentarte —dijo el fantasma—, sino para advertirte. Todos estos años has llevado una vida de avaricia y maldad, es hora de que recapacites por tus acciones. Yo no lo hice y ahora estoy condenado a vagar por toda la eternidad, cargando estas pesadas cadenas, por todo el daño que provoqué en vida al robar a los necesitados. ¡Sufro mucho! Mi única esperanza es hacer que abras tu corazón. Esta noche, vendrán a visitarte tres espíritus y será mejor que los escuches, de lo contrario, tus cadenas serán más pesadas que las mías.
Marley se desvaneció y Scrooge intentó convencerse de que todo había sido un sueño. Nuevamente se metió a la cama, pero antes de que pudiera volver a dormir, apareció ante él el Espíritu de las Navidades Pasadas.
—He venido a llevarte a recordar tu pasado —le dijo—, antes de que te convirtieras en el viejo avaro y amargado que eres hoy. Un día fuiste un joven soñador y querido por todos, hasta que empezaste a darle demasiada importancia al dinero…
El espíritu lo llevó a recorrer los lugares y las navidades que había compartido con sus seres queridos. La primera parada fue la tienda en la que solía trabajar como aprendiz; la segunda, una vieja habitación en la que solía sentarse a solas, lleno de tristeza, hasta que llegaba su hermana, a la cual amaba con todo el corazón.
Scrooge se conmovió mucho al recordar estas cosas y comenzó a arrepentirse de haber cambiado tanto.
Poco después, cuando estaba de vuelta en casa, llegó el Espíritu de las Navidades Presentes; tan alegre y bonachón. Apareció con él un gran banquete, lleno de todas las delicias que se pueden disfrutar en Navidad: pavo, frutas, tartas de azúcar, lechones y pasteles… las paredes estaban decoradas con guirnaldas verdes, y el espíritu cargaba una luminosa antorcha.
—¿Ves todos estos alimentos? Provienen de tu corazón y son prueba de la generosidad que por años le has negado a las personas que te rodean —le dijo el espíritu—, a pesar de todo, todavía quedan buenas personas que se acuerdan de ti. Como tu sobrino Fred y tu esclavizado empleado Cratchit.
Scrooge recorrió a su lado la ciudad completa, contemplando como la gente entraba y salía de las tiendas, como se daba regalos y cenaba con sus familias. Vio a su sobrino, disfrutando de una deliciosa cena con sus amigos y parientes. Y después se detuvieron ante la ventana de Cratchit, en una casita pequeña y miserable.
Su escribiente estaba cenando con su esposa y sus hijos. No tenían suficiente comida y vestían ropa remendada, Tim, el hijo más pequeño de Cratchit, estaba muy enfermo; debía usar una muleta para caminar. A pesar de las circunstancias, todos reían y eran felices por estar juntos. Antes de empezar a comer, dieron gracias por la comida y por el señor Scrooge, quien se sintió terriblemente culpable.
Antes de que terminara la noche, recibió la visita del tercer espíritu. A diferencia de los anteriores, iba encapuchado bajo una capa negra. Su presencia era fría y tenebrosa, no podía ver su rostro.
Sin pronunciar una palabra, el espíritu lo llevo a recorrer las calles. Todos en la ciudad hablaban sobre la muerte de un hombre, cuyas posesiones estaban siendo vendidas a precio de regateo. Llegaron al cementerio y Scrooge se derrumbó al ver a Bob Cratchit con su mujer y sus hijos, que miraban una tumba con infinita tristeza. Era el sepulcro del pequeño Tim. Su enfermedad finalmente se lo había llevado.
Scrooge palideció al ver como Cratchit y su familia abandonaban el cementerio, desolados. Más allá, un par de sepultureros reían de forma malvada; estaban preparando otra tumba.
—Te lo juro por Dios, jamás había visto un funeral tan vacío —decía uno—, no vino nadie a despedir al pobre diablo. ¡Ni un solo amigo, ni un pariente!
—Eso le pasa por ser tan tacaño. Tomemos un descanso antes de enterrarlo.
Los dos se marcharon sin dejar de reír y Scrooge se acercó a la tumba abierta.
—Dime espíritu, ¿de quién estaban hablando esos hombres? ¿Para quién es este sepulcro? —preguntó.
El espíritu guardó silencio. Pero cuando le indicó que se acercara a ver la lápida, Scrooge pudo leer su nombre y se dio cuenta de que aquella tumba, era para él. ¡Estaba muerto y solo!
Invadido por el terror, despertó en su cama y se dio cuenta de que todo había sido un sueño. O casi.
Era el día de Navidad y Scrooge se sentía diferente. Lleno de júbilo salió de la cama, se asomó por la ventana y detuvo a un chico que andaba por la calle.
—¡Toma estas monedas de oro y ve a comprar el pavo más grande que encuentres! Asegúrate de que lo envíen a la casa de Bob Cratchit.
A continuación, Scrooge se vistió con sus mejores ropas y fue a ver a su sobrino Fred, quien lo recibió con alegría. Allí comió y pasó una Navidad como no había tenido en años, llena de júbilo y buenos deseos. Finalmente se dirigió a la casa de Cratchit, cargando un saco con juguetes para todos sus hijos y lo sorprendió anunciándole que iba a darle un aumento.
Bob y su familia estaban muy agradecidos. Especialmente el pequeño Tim, que recibió un abrazo del señor Scrooge y se puso a gritar de contento:
—¡Feliz Navidad a a todos!
Cuento de Navidad para niños de Charles Dickens – Mr Scrooge